sábado, 11 de diciembre de 2010

Celebración de la libertad y de la literatura (Kurt Vonnegut, Galápagos)

"Si Charles Darwin no hubiera declarado que las Islas Galápagos eran un sitio maravillosamente instructivo, Guayaquil no hubiera sido más que otro puerto caluroso e inmundo, y las islas no habrían tenido más valor para Ecuador que las pilas de escoria de Staffordshire.
Darwin no cambió las islas, sino sólo la opinión de la gente acerca de ellas. Así de importantes eran las meras opiniones en la era de los cerebros voluminosos. Las meras opiniones, de hecho, gobernaban la conducta de la gente, tanto como la más probada verdad, y estaban sujetas a súbitos cambios como jamás podría estarlo la más probada verdad. De modo que las Islas Galápagos podían ser el infierno en un instante dado y el cielo en el siguiente, y Julio César podía ser un estadista en un momento y un carnicero en el siguiente, y el papel moneda ecuatoriano podía cambiarse por alimentos, vivienda y ropas en un momento y forrar el suelo de una jaula en el siguiente, y el universo podía ser la creación de Dios todopoderoso en un momento y el producto de una gran explosión en el siguiente... y etcétera, etcétera. Gracias a la decrecida capacidad cerebral, los duendes de las opiniones ya no distraen a la gente del objeto principal de la vida [entiéndase, en el momento desde el que supuestamente se escribe la novela, un millón de años después de 1986, cuando "los seres humanos tenían (...) el cerebro mucho más grande que ahora, de modo que cualquier misterio podía seducirlos", como advierte el misterioso  narrador  del futuro en la primera página].
  Kurt Vonnegut, Galápagos (1985)
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Fuente de la imagen: Eileen McGinnis | Courses 
Allí seleccionan esta otra cita, también valiosa:

"(...) En 1832, uno de los países más pequeños y más pobres del planeta, el Ecuador, pidió a los pueblos de la tierra que compartieran con ellos esta opinión: que las islas eran parte de Ecuador.
Nadie se opuso. Por entonces, pareció una opinión inocua y aun cómica. Era como si Ecuador, en un espasmo de demencia imperialista, hubiera anexado a su territorio una pasajera nube de asteroides.
Pero luego, sólo tres años más tarde, el joven Darwin se puso a declamar que las plantas y animales de raro aspecto que se las habían compuesto para sobrevivir en las islas, las hacían extremadamente valiosas, si la gente las considerara como él, desde un punto de vista científico. Sólo una palabra describiría de manera adecuada esta transformación de las islas de inútiles en inapreciables: mágica".
                

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