Últimamente he tenido tres malas experiencias por comprar cosas baratas en el Simply. Productos no sólo de mala calidad, sino directamente incomestibles, imposibles de utilizar: un jamón muy barato que estaba lleno de ternillas y sebo, unas salchichas a punto de caducar que se hincharon en el envase cuando las tenía en el frigorífico y un Rioja reserva muy barato que estaba picado. Pero no conseguí sentirme estafado: lo asumí deportivamente, como si el bajo precio implicara en sí mismo una eventual inservilidad. Lo terrorífico es que quizás alguien se ve forzado a consumir estas mercancías, más asequibles.
Y me he puesto a pensar en el progresivo empobrecimiento de los españoles. La población bajo el umbral de la pobreza aumenta en España: según datos de Eurostat, de ocho millones en 2003 (un 19% de los habitantes) hemos pasado a nueve millones en 2009 (un 19,5% de los habitantes), y no creo que la situación en 2011 haya mejorado, sino más bien al contrario (los datos corresponden a la serie "At-risk-of-poverty rates by age and gender", cruzada con las cifras de población, "Total population"; a esta última tabla no se puede acceder directamente y el árbol de opciones tarda en cargar).
Lo dicen las estadísticas, y podemos percibirlo en nuestra vida cotidiana. Los bienes y servicios para pobres, de peor calidad, pero baratos, crecen en importancia. Y aumenta el clasismo: la aceptación de grandes diferencias sociales en la calidad de vida. España va camino de convertirse en un país de pobres. Habrá que prepararse para tener menos cosas, peores y, además, con todo lo relativamente baratas que sean, costeadas con más esfuerzo (es decir, habrá que destinar una mayor parte de los ingresos a cubrir las necesidades básicas).
Creo que esta situación queda muy bien reflejada en el capítulo 100 de Futurama (el capítulo 12 de la 6ª temporada, versión original subtitulada cortesía de Series Yonkis), del que proceden las capturas que ilustran esta entrada (salvo cuando se especifica lo contrario).