"(...) Lo que perdió a la revolución del 93 (...) fue la dictadura, fue el Comité de salud pública, realeza en doce personas superpuestas sobre un vasto cuerpo de ciudadanos-vasallos, que desde entonces se habituaron a no ser más que los miembros esclavos del cerebro, a no tener otra voluntad que la voluntad de la cabeza que les dominaba; hasta tal punto que, el día en que esta cabeza fue decapitada, no hubo más republicanos. Muerta la cabeza, muerto el cuerpo. (...) Se había querido ejercer la dictadura sobre las masas, se había trabajado en su embrutecimiento apartando de ellas toda iniciativa, haciéndoles abdicar de toda soberanía individual. Se les había esclavizado en nombre de la república al yugo de los conductores de la cosa pública; el Imperio no tuvo sino que enganchar este ganado a su carro para hacerse aclamar.
Mientras que si, por el contrario, se hubiera dejado a cada uno el cuidado de representarse a sí mismo, de ser su propio mandatario; si este comité de salud pública se hubiera compuesto de los treinta millones de habitantes que poblaban el territorio de la república, es decir, de todos los que en ese número, hombres o mujeres, estaban en edad de pensar y de obrar; si la necesidad hubiera forzado a cada uno a buscar, en su iniciativa o la iniciativa de los próximos, las medidas propias para salvaguardar su independencia; (...) en fin, si la burguesía “montañesa” hubiera tenido instintos menos monárquicos; si hubiera querido considerarse sólo como una gota circulando, con millones de gotas similares, en la arterias del torrente revolucionario, en lugar de depositarse como una perla cristalizada sobre su ola, como una joya autoritaria engastada en su espuma; si hubiera querido revolucionar el seno de las masas en lugar de tronar sobre ellas y de pretender gobernarlas: sin duda (...) el genio de la libertad hubiera hecho por todas partes hombres, tanto fuera [de Francia] como dentro; cada hombre se hubiera convertido en ciudadela inexpugnable, cada inteligencia en inagotable arsenal, cada brazo en ejército invencible para combatir el despotismo y destruirlo bajo sus formas; ¡la Revolución, esta amazona de pupila fascinadora, esa conquistadora del hombre para la humanidad, hubiera entonado alguna gran marsellesa social y desplegado sobre el mundo su echarpe escarlata, el arco iris de la armonía, la resplandeciente púrpura de la unidad!...