"(...) Empezó a trabajar con
Rebaudengo, avaro, autoritario, desconfiado. El cual dejó de llamarle
inmediatamente Su Merced, y se dirigía a él como Simonini y ya está, para hacer
saber quién era el amo. Tras algunos años de trabajo como tabelión (como solía
decirse), obtuvo el reconocimiento legal y, a medida que se iba ganando la
cauta confianza del amo, se dio cuenta de que su actividad principal no
consistía tanto en hacer lo que suele hacer un notario, esto es, dar fe de
testamentos, donaciones, compraventas y otros contratos, sino más bien en
falsificar testamentos, donaciones, compraventas y contratos que nunca habían
tenido lugar. En otras palabras, el notario Rebaudengo, por sumas razonables,
fabricaba actas falsas, imitando si era necesario la caligrafía ajena y
ofreciendo testigos que reclutaba en las tascas de los alrededores.
—Quede claro,
querido Simone —le explicaba, habiendo pasado ya al tú—, que yo no fabrico
falsificaciones, sino nuevas copias de un documento auténtico que se ha perdido
o que, por un trivial accidente, nunca ha llegado a ser producido pero que
habría podido o debido serlo. Sería una falsificación si yo redactara un
certificado de bautismo en el que resultara, perdóname el ejemplo, que has
nacido de una prostituta de esas de Odalengo Piccolo —y se reía por lo bajo,
feliz con esa deshonrosa hipótesis—. Jamás osaría cometer un crimen de ese tipo
porque soy un hombre de honor. Claro que, si un enemigo tuyo aspirara a tu
herencia y tú supieras sin lugar a dudas que el fulano no nació ni de tu padre
ni de tu madre sino de una buscona de Odalengo Piccolo y que ha hecho
desaparecer su certificado de bautismo para aspirar a tu riqueza; pues bien, si
tú me pidieras que fabricara ese certificado desaparecido para confundir a ese
malhechor, yo ayudaría, permítaseme la expresión, a la verdad, probaría lo que
sabemos que es verdadero, y no tendría remordimientos".
Umberto Eco, El cementerio de Praga (2010)
Cementerio judío de Praga