La ayuda-chantaje no es tal ayuda.
En el "plan de rescate" de la Unión Europea y el FMI a Grecia van juntos dinero y empobrecimiento. Previsiblemente los nuevos "ajustes económicos" que los prestamistas van a imponer al Gobierno de Grecia, todavía no concretados, harán, como los anteriores, que la gran mayoría de los griegos viva objetivamente peor, con menos poder adquisitivo y una menor cobertura de servicios públicos. Por consiguiente, el crédito cedido en tan draconianos términos acabará en manos de los ricos. ¿Realmente se quiere ayudar a los griegos? No, y no lo ocultan: lo que preocupa es el "contagio" de la crisis griega.
Así y todo, Georgios Papandreu creía que podía conseguir convencer a los griegos de que aceptaran tales condiciones. A pesar de los recortes ya realizados y la inutilidad del anterior rescate. Si iba a convocar un referéndum al respecto era porque estaba convencido de que triunfaría su opción, el sí: y quedarían desautorizados todos sus opositores, incluidos los huelguistas y manifestantes.
Los griegos iban a poder decidir si cedían o no al chantaje. El que no vaya a haber referéndum en Grecia nos priva del espectáculo de comprobar si la hegemonía conserva la fuerza suficiente para asustar a una mayoría de votantes. Si se hubiera celebrado hubiéramos podido comprobar también si conseguía articularse una alternativa al discurso dominante, una contrahegemonía factible. Un poder decir lo que ahora parece impensable: ayuda de la Unión Europea, sí; ayuda-chantaje, no. (Digo parece, porque hasta podría existir una mayoría invisible, espectral amenaza que hacía tan peligroso para el sistema el abortado referéndum.)