Necesitaba escribir la entrada anterior, pero me resistía a hacerlo. Y ahora deseo poner distancia con ella: que esté aquí en adelante, pero haya que buscarla.
Desconfío del duelo: debería ser continuo, y eso es imposible. También inefectivo.
El pudor preserva nuestra sensibilidad. El pudor nos guarda de frivolizar, a pesar de que seguimos la vida, con normalidad, ahítos de bienestar: buena señal, al menos, poder sentir vergüenza, aunque nos equivoquemos; porque lo que está ahí es la injusticia. El pudor, con sabiduría, a la postre, nos lleva a limitar el duelo...
Dentro de una semana, tierra sobre el asunto. Pero bajo la tierra, tal vez, el asunto nos haya dejado su marca. Somos suma (como dijo Sergio Pitol: "Uno es una suma mermada por infinitas restas").
Vuelvo a la vacilación sobre el duelo: porque debería ser continuo, por la injusticia. Que, siempre presente, nos aboca a la prisa. Me apropio ahora de unas palabras de Louis Pauwels y Jacques Bergier (El retorno de los brujos, 1960), que últimamente repito como divisa: "Como tenemos prisa, no lloramos sobre el pasado, sino sobre el presente, y lloramos de impaciencia".
(Antes habían escrito: "¿Cómo es posible que, hoy en día, un hombre inteligente no tenga prisa? «¡Levántese, caballero, pues tiene grandes cosas que hacer!» [así se hacía despertar el Conde de Saint-Simon, aristócrata desgarrado por el dolor del mundo, pionero socialista, tildado de utópico]. Pero cada vez hay que levantarse más temprano. Aceleren sus máquinas de ver, de oír, de pensar, de recordar, de imaginar".)
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