martes, 14 de junio de 2011

Manuel Rivas, "La nueva conquista del pan" (2011)

Como: a) es un texto sin difusión en la red, b) me siento ligado a Manuel Rivas (aunque soy un seguidor esporádico y sumamente crítico) y c), por añadidura, toca un tema que me es querido, el del "Quijote libertario", y transpira complicidad ácrata; por todo ello, no me resisto a colgarlo aquí para facilitar su lectura:

Manuel Rivas, "La nueva conquista del pan", prólogo a Indignádevos!, edición gallega del célebre opúsculo de Stéphane Hessel, ¡Indignaos! (2010) (cortesía de Scribd). El prólogo de José Luis Sampedro para la edición española está disponible también en Scribd.

Dalí, La cesta de pan (1945)


"LA NUEVA CONQUISTA DEL PAN"

 Manuel Rivas

Pensé en las palabras como hojas muertas. No, muertas del todo no. Dolientes. Malheridas. Envenenadas. Encogidas en una esquina. Apoyándose unas en las otras para aminorar el peso del dolor tóxico.
Muchas de ellas, de las palabras, tuvieron mejores tiempos. Disfrutaban de las gargantas y de las bocas de la gente. Un placer fonético. La felicidad de ser dichas. De viajar con sentido fértil. Como el polen. Nacidas para sembrar. Para posarse y brotar en las bocas. En el lugar labiodental. Eso es lo que John Berger llama “llevar la esperanza entre los dientes”.
Pero teníamos a las palabras enfermas, envenenadas. Portadoras de arsénico y no de polen. Ese proceso que contó muy bien Víctor Klemperer, en “El lenguaje del Tercer Reich”: “Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico. Uno las traga sin darse cuenta, parece que no causan efecto alguno; al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico”.



El contexto es diferente del tiempo observado y sufrido por Kemplerer. Pero también nosotros conocemos el cansancio tóxico de las palabras. Sometidas a dopaje, adiestradas en la nueva habla orwelliana, para el conductivo en el parque temático comercial y el adoctrinamiento del pensamiento único, las palabras acaban por delatar su sobreexplotación como los deportistas destruidos por la exigencia de servir a un único dios: el triunfo.
Muchos de ellos, los deportistas, terminan como espectros de sí mismos. Así, las palabras. En la expresión de Samuel Beckett, “las palabras no quieren decir”. Este es el primer trazo seductor del llamamiento de Stéphane Hessel. Las palabras  quieren decir. Quieren volver a decir. Nacen radicales: con raíz. Y se levantan, se elevan, con sentido. Van en busca de las bocas. Golpean los llamadores de las puertas cerradas de la indiferencia. Hacía mucho tiempo que no las veíamos así, ¡las palabras! Indómitas, sin miedo. Saben. Son sabedoras, pero también sabrosas.


 Retrato de Piotr Kropotkin
¿A qué saben las palabras de Hessel? A pan. Si cuadra es que estoy pensando en “La conquista del pan”, de Kropotkin, ese libro angular de las bibliotecas y ateneos que tejían el movimiento solidario y librepensador. En la historia de Galicia, tal vez la mejor red social, junto con los “irmandiños”. Pero también pienso en don Quijote y en su inolvidable discurso sobre la libertad: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que los cielos dieron a los hombres; con ella no pueden igualarse los tesoros que guarda la tierra ni el mar cubre; por la libertad así como por el honor se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que le puede venir a los hombres”. Pero aún dice más: “Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede la obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo”.
“¡Indignaos!” tiene la condición de ese pedazo de pan. En Francia, desde que se editó en octubre de 2010, se llevan repartidos más de dos millones de ejemplares. Había hambre de pan. De palabras horneadas con renovada libertad. Ahora podemos repartir ese pan necesario. Y bien que prestan las palabras de Stéphane Hessel en gallego, vertidas por Fernando Moreiras.
El primer valor de este texto es ese rescate de las palabras. De las palabras que denuncian el expolio de la condición humana, la sustracción de los avances y las conquistas sociales. Y de las palabras que nos convocan, que nombran, como la libertad y la justicia, los más preciosos dones, y que constituyen el núcleo programático de lo que podríamos llamar partido de la humanidad.

Esa doble condición, la de denuncia, pero también la de energía alternativa, es lo que sitúa a “¡Indignaos!” en la estirpe de los mejores textos reivindicativos, ese tipo de epístolas necesarias que la humanidad se dirige a sí misma en momentos históricos.

Frank Sinatra (1938). Fuente: The smoking gun


“¿Qué es un hombre rebelde?”, se preguntaba Albert Camus en el celebre libro que lleva ese título, “El hombre rebelde”. Y daba una respuesta que ya forma parte de la realidad inteligente: “Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento”.
“¡Indignaos!” es un no que da paso a un sí.
La usurpación de la democracia, los políticos profesionales como mayordomos de los poderes económicos, el saqueo de los derechos de los trabajadores, la manipulación de la información para administrar arsénico... Son muchos y llamativos los motivos para decir no. A ese no, sigue un sí: salir de la indiferencia. La indignación que proclama Stéphane Hessel es la condición imprescindible para el despertar de las conciencias.
Pero hay otro trazo fundamental para explicar que esta llamada que es “¡Indignaos!” este teniendo el eco que tiene: las credenciales del autor. El rescate de las palabras esenciales es posible por el valor del custodio. El poder llevar en el blasón con pleno sentido los versos de Uxío Novoneyra:

“Todo lo que pasó mi pueblo me pasó a mí
Todo lo que pasó el hombre me pasó a mí”.

François Truffaut, Jules et Jim (1961)
Ignacio Ramonet recordaba en una descripción biográfica en “Le Monde Diplomatique” que Stéphane nació en un nido de libertad. En la película “Jules et Jim” de François Truffaut se cuenta la historia de amor de los que fueron su padre y su madre. Una mujer libre, artista, que fue por delante en el feminismo. Su padre, judío de origen, tradujo, entre otras, la obra de Proust al alemán. De joven, cuando el Tercer Reich ocupó Francia con la complicidad reaccionaria de Petunia y compañía, Stéphane se integra en la Resistencia. Fue detenido, torturado y deportado al campo de exterminio de Buchenwald. Consiguió huir, fue capturado y condenado a morir en la horca. Pero consigue sobrevivir, tomando la identidad de un difunto. Terminada la guerra, con 28 años, es uno de los elegidos para redactar en la ONU la Declaración Universal de Derechos Humanos. A lo largo de su vida, y en muchos destinos, jugará un importante papel diplomático. Pero nunca aceptará la condición de “diplomático” burócrata. Allí donde le tocó estar, nunca fue indiferente a la justicia.

Jim Morrison (1970). Fuente: The smoking gun.


Tiene 93 años. El antiguo miembro de la Resistencia conecta ahora muy bien con la llamada “generación sacrificada” o “generación perdida”. Pero estamos viendo ya que la gente joven no acepta ese destino fatal que sugiere la etiqueta sociológica. La “generación perdida” ya está diciendo no. Un no que es un sí. Por eso hace suyas las palabras de Hessel. Él condena el terrorismo y sigue la tradición de la “insurrección pacifista” de Martin Luther King. La crítica que hace del trato del estado israelí a los palestinos no debería de ser utilizada por aquellos fanáticos que practican el discurso del odio antisemita y pretenden la destrucción de Israel.

Retratos policiales de detenidos durante el boicot a los autobuses en Montgomery (Alabama), 1956, entre los que se encuentra el de Martin Luther King, Jr., Archivo policial del Departamento del Sheriff del Condado de Montgomery. Fuente: The smoking gun


Yo aconsejaría, si me lo permiten, que después de leer “¡Indignaos!” buscasen al compañía de “Modesta proposición para renunciar y hacer girar la rueda hidráulica de una cíclica historia universal de la infamia”, que Lois Pereiro publicó en “Luzes de Galiza” en 1996 y que luego reeditó Espiral Maior en “Poemas para una lucha”. Hay una estremecedora conexión de espíritus, más allá del tiempo y del lugar. Y una segunda compañía literaria: el capítulo XIV de “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck.



Pierre Subleyras, Caronte transportando a las sombras (1735)
 Fuente: Reg'Arts
Hay en la indignación de Stéphane una cierta felicidad insurgente de las palabras. Tal vez el sello de la Resistencia. Tal vez la sensación de revivir: un rescate asociado a la esperanza. Tal vez el no saberse solas, las palabras. Al ser repartidas. Al fin y a cabo, esta resma de papel vibrante es de estirpe libertaria y quijotesca y viene hacia nosotros mientras pregona en el galope: “Este libro es feliz pues va a buscaros”.

                                             

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